Home Seguridad Una chica de 15 años denunció a su vecino por violación: le dieron un botón antipánico, pero el acusado sigue en la casa

Una chica de 15 años denunció a su vecino por violación: le dieron un botón antipánico, pero el acusado sigue en la casa

Una chica de 15 años denunció a su vecino por violación: le dieron un botón antipánico, pero el acusado sigue en la casa

Los abusos empezaron cuando ella tenía 12. La investigación no avanza por las restricciones de la cuarentena. La madre de la joven tiene miedo de que el hombre se fugue.
Cuando tenía 12 años, A. fue violada por su padrino y vecino, C.G. La hija del agresor y la víctima eran amigas, y muchas veces jugaban juntas en la casa de La Plata donde fue el ataque. Los abusos siguieron durante tres años, hasta que el 30 de abril, A. se animó a hablar. Primero recurrió a su madrina, después les relató el calvario a sus padres. En medio de la cuarentena por coronavirus, Julia, mamá de A., acompañó a su hija a hacer la denuncia, pero las restricciones del aislamiento impiden que se realicen las medidas de pruebas y la investigación no avanza.
Julia y A. tienen un botón antipánico como único resguardo ante el violador, que sigue viviendo en su casa, al lado de la de la víctima. En el barrio, todos conocen a C.G. e incluso tienen buen concepto del hombre, que trabaja en la construcción y tiene un kiosco.

Las denunciantes tienen miedo, de lo que el agresor pueda hacer, pero sobre todo, de que se fugue.

El día que A. se animó a hablar
Cuando regresó de hacer un trámite bancario para el que tenía turno a su casa de La Plata, el jueves 30 de abril, Julia Mendoza encontró sobre una mesa una carta de su hija, a quien llamaremos A.,de 15 años. La chica se había ido de su domicilio, y en el escrito le decía a su mamá que la razón de su ausencia era que «había algo que la angustiaba mucho y que no le podía contar».
Julia, desesperada, llamó al novio de A., un chico del barrio de 18 años y a algunas amigas. Así, descubrió su paradero. «Se me pasaron mil cosas por la cabeza en ese momento. Me enteré entonces que estaba en lo de su madrina», relata.

La madrina le confirmó que A. estaba refugiada en su vivienda, y que quería hablar primero con su padre. «Cuando mi marido fue, le contó lo que estaba pasando y que venía callando desde hacía años», refiere la mujer.

A. reveló un secreto que había guardado. Su padrino de confirmación, un hombre de 40 años, C.G. la había violado cuando tenía 12 años y desde entonces había abusado sexualmente de ella.

El infierno de A. empezó cuando tenía 12 años
«Lo conocimos cuando nos vinimos a vivir a La Plata. Era nuestro vecino de al lado, y A. se hizo muy amiga de una de sus hijas, un año menor que ella. Lo eligió como padrino, e iba muy seguido a su casa», continúa.

Cuando A. tenía 12 años, se quedó con su amiguita y C.G. mientras la esposa había salido a hacer compras al supermercado. Aprovechando que su hija estaba en su cuarto mirando televisión, encerró a A. en el baño y la violó por vía anal y vaginal. Le advirtió que si contaba lo que había pasado, mataría a sus padres.

«Yo no noté nada raro ese día. Mi hija, que había tenido su primera menstruación muy temprano, a los 9 años, me pidió toallitas higiénicas por el sangrado, y para mi era natural. Después empezó a quejarse de una irritación en la entrepierna, pero yo pensé que tenía que ver con que tiene la piel muy sensible.Pero no. Era que él estaba abusando de ella», se conmueve Julia.

«El la torturaba, la manoseaba cuando estaban solos. Yo, sin saber, por supuesto, le pedía a veces, sobre todo cuando llovía, que la llevara en su camioneta a la escuela, porque el colegio de su hija quedaba de camino», se reprocha.
El año pasado, según A., el hombre quiso llevarla a un albergue transitorio en Calle 1 y 61. «Ella entró llorando, y la empleada, viéndola tan chica, le pidió el documento. Como él le contestó que no lo tenía, le indicó que se fuera, porque si no, iba a llamar a la policía. Ahora pienso que si entraba y la nena se negaba, el podría haberla asesinado», se angustia.

Los abusos de C.G. sucedían a menudo dentro de su camioneta. Llevaba a A. a una playa de estacionamiento de la calle 71, y ella, desesperada, estallaba en llanto y golpeaba el vidrio. «Cuenta que siempre veía un señor mayor, que paseaba un perro blanco, que se quedaba mirándola fijo pero no hacía nada. Cómo puede ser que no haya intervenido nadie?», se horroriza.
C.G. trabaja como encargado de obra en la industria de la construcción, y tiene un buen pasar económico. Tiene además un kiosco en su vivienda y dos vehículos. «El le decía a mi hija que la iba a pasar buscar en el auto de la mujer, que era más chico y ahí estaban menos expuestos», dice la mamá de la víctima.

En el barrio, nadie tiene una mala opinión del denunciado, según la propia Julia, que lo describe como un hombre tranquilo, callado, siempre bien vestido. «No es conversador, ni hace bromas fuera de lugar», asegura.

A. empezó a dar muestras de que algo no estaba bien en los últimos meses. «No quería ir a hacer la tarea con la hija de su padrino, cuando antes siempre iba, sobre todo porque tenían wifi. Se empezó a encerrar en su cuarto y dormía todo el día. Se negaba a ir a hacer las compras. Y pensar que yo le decía que estaba hecha una vaga, que no quería ayudar en nada», se arrepiente Julia.

A., como muchas de las víctimas de abuso sexual infantil que reciben algún obsequio de su victimario, le dijo a su mamá que se sentía «culpable». «El le hacía regalos de dinero, a pesar de que ella le aclaraba que tenía lo suficiente para comprarse lo que necesitaba en el recreo. Cuando cumplió 15 le regaló 4 mil pesos».

La denuncia y el avance lento de la Justicia
Después de escuchar a su hija y de preguntarle si estaba dispuesta a denunciar, Julia llamó por teléfono al 911 y luego al 144 para que la orientaran. «El 144 se cortaba y no me pude comunicar, entonces decidí contactarme con la comisaría. Me pidieron que me acercara y nos llevaron en auto hasta la DDI», explica. «Declaré yo como madre, porque a ella no le podían tomar declaración sin la presencia de un profesional, me dijeron. Fuimos después al Hospital Gutiérrez a que la examinaran».

En el hospital, se ordenó asistencia psicológica especializada y un examen serológico para detectar enfermedades de transmisión sexual.

Está pendiente la Cámara Gesell a la víctima, que no se lleva a cabo por las restricciones por la pandemia de coronavirus. No hubo aún una orden de detención ni restricción perimetral contra C.G. y A. y su mamá tienen que utilizar un botón antipánico.

«C.G. sigue viviendo al lado de casa. No se muestra, pero tanto su camioneta como su auto están ahí. El kiosco está abierto, pero los vecinos me dicen que nunca lo vieron», apunta Julia.

El uso del dispositivo antipánico les ofrece cierta seguridad, pero es solamente un paliativo: no calma la angustia y el peligro de la proximidad del denunciado. «El otro día mi hija salió a hacer una compra, se asustó, tocó el botón y hay que decir que enseguida llegó la policía», cuenta.

La fiscal que interviene es Cecilia Corfield, de la UFI 15 y el juez, el doctor Pablo Raele. La causa avanza lentamente: como consecuencia de las disposiciones de aislamiento social y obligatorio, algunas medidas, como peritajes psicológicos y psiquiátricos al agresor se demoran. «Yo tengo miedo de que se fugue, porque tiene los medios para hacerlo, tiene una posición cómoda», lamenta.

Julia se comunicó a través de un mensaje con la esposa de C.G., madre de sus cuatro hijas mujeres. «Le detallé el sufrimiento de mi hija. Le dije que pensara qué haría si la cosa fuera al revés, si mi marido hubiera abusado de alguna de sus nenas. ‘Si me creés o no, ya no me importa’, le escribí». «Lo real, es que a mi hija la marcaron de por vida», lamenta, mientras espera que la justicia avance.