Gladys Ucelay no dudó en llamar a emergencias ante los primeros síntomas y gracias a esa rapidez evitó que el accidente cerebrovascular fuera más grave.
Gladys Noemí Ucelay, comerciante de 61 años, se levantó el jueves 30 de abril con la mano adormecida. Era la primera vez que le pasaba, no le dio mucha importancia y comenzó su día. Se fue manejando (ella en un auto; su marido Néstor, en otro) a su negocio en Caseros para atender llamados y realizar ventas online. Mientras acomodaba la mercadería, a su primer síntoma se le sumó el mareo. Se tomó dos aspirinas.
Al cerrar al mediodía, él se fue a hacer una entrega. Ella se volvió a su casa. Como la General Paz estaba cerrada, tuvo que volver por Liniers: “Estaba muy mareada, me costó, pero llegué”, relata a Con Bienestar. No almorzó, directamente se acostó y se durmió. Cuando se levantó, horas después, le pidió al marido, sin dudarlo, que llame a su obra social para que la atendieran.
La doctora llegó rápido. Le preguntó qué sentía e inmediatamente le hizo las pruebas neurológicas. Pero ella respondió bien a cada una de ellas, aunque en ese momento otros dos síntomas se habían sumado: sintió dormida una de sus piernas y su presión escaló a 16, nunca antes le había subido tanto.
Luego de bajársela, le indicaron reposo y que, ante cualquier otro problema, volviera a llamar. A las pocas horas, volvió a acudir al teléfono de emergencias. “No me siento bien, no siento la mitad del cuerpo, hagamos algo”, le dijo Gladys a Néstor en medio de la noche. Ante la urgencia, la prepaga le ofreció enviar una ambulancia o la opción de ir por sus medios cuanto antes a una institución.
En todas estas horas de síntomas, nunca pensaron que podía ser un accidente cerebrovascular (ACV). Por eso fueron al Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA). Gladys ya no veía claro. “Me parece que te equivocaste de sanatorio”, le expresó la doctora que la atendió, a la vez que le hizo un análisis de sangre, pruebas neurológicas, otra vez, y una tomografía computada. Ellos mismos la derivaron a La Sagrada Familia.
“Ahí me atendió Juan Ignacio López, que siempre digo que es mi salvador, y me dijo: ‘Mirá, esto no parece bueno y no te voy a mentir, aparentemente tenés un ACV’, de ahí ya no me acuerdo de nada”, describe Gladys.
Hasta las 10 de la mañana del viernes 1 de mayo, que despertó “lúcida” en el quirófano, con un anestesista que le dijo que se quedara tranquila. “Yo soy muy miedosa, y la verdad que me atendieron con mucho cariño”, indica.
Le dieron oxígeno, le sacaron la alianza porque ya tenía el dedo un poco hinchado, y, entre risas, explica que fue “una lucha libre”. Sus ánimos no se vieron afectados por el contexto, cuando se percató, estaba encintada a la camilla: “Chicos, no me voy a escapar, no me siento en condiciones, y se reían conmigo”, cuenta.
Al despertar al día siguiente, su sensación fue “horrible”, se sentía ahogada. Estaba en terapia intensiva y con tubos que le quitaron ni bien abrió los ojos.
“Me dijeron que me habían puesto un stent en la base del cerebro porque se me había taponado una arteria. Estuve unas horas sola, después me pasaron a una sala que se llama ‘stroke’, que es como si fuera terapia intensiva, pero con cortinados y con distintas patologías, todos con ACV, pero de distintos orígenes”, señala.
Gladys destaca una y otra vez en su relato la amabilidad con la que la atendieron y cuidaron. Explica que desde la persona que escuchó por primera vez en el teléfono hasta la última que vio en La Sagrada Familia, todos, absolutamente, llevaron al pie de la letra los protocolos de protección ante el COVID-19 y la contuvieron en todos los sentidos.
“Ante cualquier emergencia, hay que llamar, obvio, tomando los recaudos porque todos somos posibles portadores, tanto nosotros como los médicos. Pero yo no dudé y en estos casos es muy importante no dudar”, explica Gladys, que, sin embargo, se arrepiente de no haber llamado ante la primera alarma.
Su mamá ya había tenido un ACV. Por lo tanto, sabía cómo eran los síntomas. “Pero nunca lo había pensado en mí misma. Imaginaba algo relacionado con la presión. Más allá de eso, nunca dudé en llamar a emergencias”, resalta.
Madre, hija y sus acompañantes actuaron como debían para que esta situación no fuera aún más dramática. Reaccionaron a tiempo, se comunicaron rápido con los profesionales de la salud y al ser atendidas evitaron que la lesión sea grave.
“Escuché en la televisión que hay mucha gente con distintas patologías que se está muriendo en la casa por no ir al médico, es una locura eso. Siempre habrá un alma caritativa que te atienda. Además, si el miedo es por el contagio de COVID-19, los profesionales están preparados y toman todos los recaudos”, asegura la comerciante.
El miércoles pasado, seis días después de su ingreso, Gladys salió del hospital. Si bien sus lesiones fueron “bastante light”, se encuentra realizando trabajos para recuperar la sensibilidad de la pierna y el brazo. Puede caminar, le cuesta, pero camina, y habla muy bien.
“Le pondré onda para recuperarme, pero en esto no se puede perder tiempo. Lamentablemente, el ACV es algo grave. Desde mi camilla vi mucha gente en terapia intensiva con respiradores. Es importante destacar que no hay edad para un accidente cerebrovascular”.
La opinión de un experto
“Hay algo que nos preocupa a todos los médicos: bajó dramáticamente la cantidad de enfermos tratados por otras afecciones que no sean COVID-19. Los pacientes con patologías cardíacas, por ejemplo, y ataques cerebrovasculares, no concurren”, explica a Con Bienestar el neurocirujano Pedro Lylyk (M.N. 44.976), referente internacional en el tratamiento del ACV.
El especialista indica que cuando llegan, llegan en peor estado, con un ataque cerebral “ya progresado”, y eso hace que aumente la mortalidad de los accidentes cerebrovasculares.
Síntomas posibles de un ACV:
• Mitad del cuerpo entumecida.
• Boca desviada.
• Problemas a la hora de expresarse.
• Problemas a la hora de entender.
• Dolor de cabeza sin antecedentes.
• Vértigo de origen inexplicable con mareos.
“Es importante que la gente sepa que, si tienen síntomas de un ataque cerebral, tiene que concurrir a la consulta. No hay que esperar a que esto progrese, porque en el caso que progrese va a llegar tarde”, advierte Lylyk.
Para el ACV, hay un período corto para poder tratarlo, por eso hay que concurrir rápidamente a la consulta. Y esto es lo mismo para los ataques cardíacos, nos explica. La persona que tiene dolor de pecho, que le falta el aire, que siente que el “corazón está galopando”, que tiene un trastorno en el ritmo cardíaco, “debe concurrir”, remarca el cirujano.
“Es extremadamente importante el tema de la pandemia, pero la gente no tiene que dejar pasar la oportunidad de tratamiento si tiene una afección que puede ser potencialmente grave o seria, el COVID-19 no perdona, pero el ataque cerebral, el infarto de miocardio y las arritmias, tampoco”, concluye.