Haber vivido en medio de una pandemia casi la totalidad del año pasado y todo lo que va de este, nos dejó a la población general en el inevitable escenario de haber tenido que expandir nuestro vocabulario: distanciamiento social, epidemia, rastreo de contactos, anosmia, antígeno, PCR, curva de contagios, etc. La lista es infinita.
Incluso, nos encontró googleando más que simples términos: cómo se fabrican las vacunas, con qué telas nos conviene fabricar los tapabocas, qué regiones incluye al AMBA, cuál es la receta del pan de masa madre… Pero justo cuando pensamos que teníamos noción de la mayor parte de la terminología, nos enfrentamos a otro conjunto de palabras nuevas: mutación, variante y cepa. Entonces, ¿qué significan cada una?
Empecemos por el principio: el material genético de un ser vivo es el conjunto de moléculas que contiene la información de cómo será la reproducción, el desarrollo, el comportamiento y las características, entre otras cosas, de dicho organismo. En el caso del SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la enfermedad de COVID-19, ese material genético es el ácido ribonucleico.
Al tratarse de un virus, no tiene su propia «maquinaria» para replicarse; es decir, necesita las herramientas de otro: es acá donde entran las células de nuestro cuerpo. El virus «secuestra» a la célula, utiliza su maquinaria para copiar todo su ARN y así es como se duplica.
Durante todo este proceso, son muy comunes los errores. ¿El resultado? Virus que son similares pero no copias exactas del original. Es a esto, específicamente, a lo que llamamos mutaciones.
Asimismo, a los virus con estas mutaciones (o esas diferencias en su material genético) se denominan variantes. No todas las mutaciones tienen el mismo efecto y, mientras algunas pueden pasar desapercibidas, otras pueden dar características completamente nuevas.
El ejemplo clásico es pensar en un texto donde todas sus letras representan al material genético. Si hacemos una copia del mismo pero tenemos errores ortográficos (mutaciones), vamos a terminar con una copia que no es exactamente igual a la versión original (o sea, una variante). El texto es esencialmente el mismo y mantiene su sentido, pero con ligeras diferencias.
Respecto al coronavirus se conocieron, hasta el momento, al menos tres variantes: la variante P.1 que se cree que se originó en la ciudad amazónica de Manaos, la B.1.1.7 identificada por primera vez en Reino Unido y la B.1.351 de Sudáfrica. Todas ellas compartiendo unas misma estructura general pero con ligeros cambios que las hacen distintas entre sí.
Por poner un ejemplo, la del Reino Unido presenta mutaciones en la proteína de pico que ayuda al virus en su esfuerzo por invadir las células humanas. Específicamente, se cree que es la mutación conocida como N501Y la que permite al SARS-CoV-2 unirse más fácilmente a los receptores humanos.
Ahora, ¿qué pasa cuando esos errores son tantos o tan relevantes que el texto tiene un sentido muy distinto al original, cuando la esencia ya no es la misma? Ahí es cuando nos referimos a cepas nuevas.
En el caso de los virus, cuando los cambios producidos por las mutaciones son muy acentuados, al punto de que inciden en factores claves como su virulencia, su letalidad o su capacidad de desencadenar una respuesta inmunológica,se habla de nuevas cepas.
De hecho, el SARS-CoV-2 es una de las diferentes cepas de los coronavirus, pero antes existió el SARS-CoV. Este fue el causante del Síndrome Respiratorio Agudo Severo conocido por primera vez en 2002 en China y que se había extendido a otros 4 países pero no mucho más allá, sin dudas lejos de causar el caos que estamos viviendo en la actualidad.
Existe cierta confusión sobre la mejor forma de utilizar estos términos. Dado que todas las cepas son variantes (pero no todas las variantes son cepas), tiene sentido que el término variante sea más común. Ahora, cuando las variantes hacen que el virus se comporte de manera muy diferente, lo más exacto es llamarlas cepas.
Queda ahora una pregunta final: ¿cómo las nuevas variantes y cepas afectarán la eficacia de las vacunas? Aunque es muy pronto para saberlo con certeza, los científicos comparten en una gran base de datos mundial miles de genomas de este y otros virus que les permite llevar a cabo una especie de «vigilancia genómica».
Así, es posible estar atentos a que el virus no cambie en formas que compliquen demasiado la situación y que, en caso de que suceda, se puedan implementar estrategias para reducir el impacto.
Por otro lado, las vacunas actualmente aprobadas lo que hacen en nosotros es, como ya aprendimos, generar anticuerpos para ante una eventual infección estar preparados. Esos anticuerpos reconocen al coronavirus mediante distintas partes del mismo, por lo que este tendrá que sufrir muchos cambios sustanciales para poder pasar desapercibido por el sistema de defensa de nuestro cuerpo.
Es decir, tendrían que ocurrir muchas mutaciones. Hasta ahora, en las variantes que han ido surgiendo solo se observaron pequeños cambios. Sin embargo, con el correr del tiempo y los contagios, más irá replicándose el virus y más irá mutando.
En todo caso, no será el mismo tiempo y esfuerzo fabricar una vacuna «actualizada» que empezar de cero para asegurar que la población ya vacunada siga inmunizada aunque el virus mute.
Lo más recomendable es, en conclusión, seguir cuidándonos lo más posible para que, al evitar los contagios y que el virus se siga repoduciendo, evitemos que cambie drásticamente.
Fuente: Filonews