No vives de chatarra: ¿qué implica la ley de etiquetado de alimentos?

Con media sanción en el Senado, la Ley de Etiquetado Frontal avanza en Diputados. ¿Por qué es importante que se apruebe? ¿En qué nos va a cambiar? ¿Por qué se centra en la obesidad? ¿Cuáles son las críticas? ¿Es posible una alimentación “saludable” para todxs?

Un cereal con fibra, miel y nueces era lo que vendía el paquete. Durante dos semanas un cocinero se lo dio de comer a su hijo hasta que se le ocurrió leer la información nutricional: esa etiqueta de letras ilegibles que suele aparecer del lado de atrás del envase. Lo que en realidad tenía la barrita era una mezcla de azúcar, almíbar, almidón con sabor a miel y a nueces.

La anécdota la cuenta a Cosecha Roja Narda Lepes como respuesta a la pregunta “¿Por qué es necesario saber qué estamos comiendo?”.

“Necesitás saber para poder tomar mejores decisiones. Si querés seguir comprándolo y querés seguir comiendo eso, está todo bien. Pero necesitás saberlo”, dice Lepes, una de las cocineras famosas que se puso al hombro la campaña por la Ley de Etiquetado frontal.

En octubre del año pasado, el proyecto tuvo media sanción en el Senado y esta semana lo retomó la Cámara de Diputados en un plenario de las tres comisiones a las que fue girado: Legislación General, Acción Social y Salud Pública y Defensa del Consumidor, del Usuario y de la Competencia y de Industria. En estos días, deberían emitir dictamen para que luego se vote en el recinto.

En los hechos, de aprobarse, la ley obligará a fabricantes, fraccionadores y envasadores a utilizar en alimentos y bebidas analcohólicas etiquetas octogonales negras con letras en blanco que deberán advertir, en los casos que corresponda, “exceso en azúcares”, “exceso en sodio”, “exceso en grasas saturadas”, “exceso en grasas totales”, y/o “exceso en calorías”.

El proyecto dedica especial atención a la nutrición infantil. Por eso también prohíbe que la publicidad y promoción de estos productos esté dirigida a niñxs y la inclusión de personajes infantiles, deportistas, animaciones o mascotas, entre otros elementos marketineros.

“Donde más vamos a ver el impacto es en los chicos, que son quienes no eligen qué comer. El adulto que le gusta comer chizito va a seguir comiendo chizito. En cambio, si todos los días abre un paquete y le da chizitos a sus hijos, va a ver la etiqueta y lo va a pensar dos veces”, dice Lepes.

Los debates en torno a la ley

La ley cuenta con el apoyo de más de 100 organizaciones científicas, académicas, de la sociedad civil y referentes del ámbito de la salud de toda América Latina. El año pasado, después de la media sanción en el Senado, firmaron un documento para pedir que Diputados vote el proyecto sin modificaciones.

En el texto, pidieron a lxs legisladorxs que “prioricen el derecho a la salud, la alimentación adecuada y el derecho a la información de toda la población en general, y en especial de niños, niñas y adolescentes, a fin de prevenir las enfermedades no transmisibles, como son el cáncer y la diabetes, entre otras”.

Una de las organizaciones firmante, la Fundación Interamericana del Corazón Argentina (FIC Argentina), denunció además que “la industria de alimentos y bebidas, así como sus grupos aliados, muestran un gran rechazo al proyecto y buscan obstaculizar el proceso a través de argumentos falsos y amenazas de posibles impactos negativos de esta medida”.

En la misma línea, la vicepresidenta de la Comisión de Defensa del Consumidor de la Cámara de Diputados, Liliana Schwindt, pidió a las industrias que “se adapten a los estándares internacionales” porque en la Argentina “están poniendo trabas para hacerlo”.

El sobrepeso y la obesidad infantil es uno de los mayores argumentos que esgrimen quienes defienden la ley. El proyecto cita en sus fundamentos los resultados de la 2° Encuesta Nacional de Nutrición y Salud realizada en 2018 por el Ministerio de Salud de la Nación: “El exceso de peso es el problema más grave de malnutrición en Argentina con una prevalencia de 13,6% en menores de 5 años, y de 41,1% en el grupo de 5 a 17 años”.

Schwindt aseguró que “existe una pandemia que es la obesidad y las enfermedades que trae consigo y que nosotros tenemos que atacar”. “Solamente en América Latina tenemos 3,9 millones de niños, menores de cinco años, con obesidad; ya superamos la media mundial”, precisó.

“No hay mucho más margen. Uno de cada dos niños que terminan la escuela primaria tienen sobrepeso”, dice Lepes.

La centralidad que tanto legisladorxs como académicxs y personalidades de la gastronomía y de los medios le dan a la obesidad prendió la alarma en los activismos gordos.

“Me parece que este proyecto tiene un objetivo de mejora nutricional que está centrado únicamente en combatir la gordura, en vez de hablar simplemente de mala nutrición y de desnutrición, que es lo que nos debería preocupar como un país productor de alimentos que somos”, dice a Cosecha Roja Laura Contrera, feminista activista por la diversidad corporal.

Para Contrera, hacer hincapié en la gordura no deja de ser un recurso de marketing: “El miedo a la gordura vende. Es eficaz en un mundo donde nos han enseñado que ser gordes es lo peor que te puede pasar en la vida”.

El peligro radica en la estigmatización. “Sabemos de los efectos nefastos que tienen la estigmatización de las personas gordas, especialmente a aquellas más vulnerabilizadas, como niños, niñas y adolescentes”.

“Sabemos que no toda gordura proviene de la alimentación, ni siquiera de una mala alimentación. Y también hay que resaltar que tener un cuerpo flaco, delgado, tampoco es sinónimo de tener un cuerpo saludable”, agrega.

Entonces ¿los activismos gordos están en contra de la ley de etiquetado? Contrera confirma que no. “Por supuesto que estamos a favor del derecho a saber, a entender y a tener alimentos de mejor calidad, que es un derecho humano básico”.

“Desde los activismos insistimos en el derecho a saber qué comemos, insistimos en señalar las complicidades de la industria de la alimentación y de la industria de la dieta y en preocuparnos por la justicia y la soberanía alimentaria de este país”, remarca. “Lo que nos preocupa es que estas campañas centradas en el pánico moral y en el estigma de la gordura no apuntan correctamente al objetivo”.

El acceso a una alimentación “saludable” ¿es democrático?

Muchas veces cuando se habla de consumo de alimentos más “saludables” se piensa en hogares de clase media o alta que tranquilamente pueden acceder a ellxs. Pero ¿son accesibles para todxs? ¿se consiguen en el almacén del barrio o de la villa? ¿y los precios?

Lepes no habla de alimentos “saludables” porque dice que el concepto fue “muy bastardeado”. Pero opina que en algunos lugares hay un problema de accesibilidad con los alimentos frescos. “Algunos productos, como pescado, carne y todos los vegetales y frutas, en ciertos lugares son mucho más caros que en otros. Ahí hay cosas para solucionar”, dice.

Pero también considera que hay que trabajar en los hábitos. “Las legumbres son baratas y por más que las pongas accesibles y las hagas llegar a todos lados, la gente no las consume”.

Para Contrera es importante no caer en la “demonización de ciertos alimentos”, sobre todo los más ligados al consumo de las clases populares. “Esto no redunda en mejoras para la salud de la población en general, sino en más estigma y discriminacion hacia las personas gordas y más vulnerabilizadas, teniendo en cuenta todas las intersecciones de clase y de pertenencia étnico racial, entre otras”.

Fuente: Cosecha Roja