Seis caras, un millón de caras

En 2020 y en plena pandemia hubo 22.076 denuncias por situaciones de abusos sexuales y violaciones: 60 por día. Son sólo las pocas que llegan al sistema judicial: casi el 90 por ciento no denuncia. La violación de Parlermo no es una más: despierta nuestro enojo, abre un nuevo no nos callamos más y avanza la discusión por una Justicia feminista y qué pueden hacer los varones.

Los vimos en todos lados. Les vimos las caras. Seis varones, seis jóvenes de menos de 25 años acusados de violar a una piba de 20 en Palermo a plena luz del día. Mientras unos abusaban de ella dentro de un auto, otros hacían de campana afuera y tocaban la guitarra. Una panadera se dio cuenta de lo que pasaba y la rescató con su marido.

-Gracias por salvarme- le dijo la chica agarrándole fuerte la mano.

Las referencias a la “manada de Palermo” aparecieron tan rápido como las aclaraciones de que no son animales que se comportan como jauría: son hijos sanos del patriarcado y como hijos sanos tienen un montón de hermanos, primos, amigos, vecinos, iguales. Porque los delitos sexuales no son para las mujeres, lesbianas y trans algo extraño. Crecemos con el miedo a la violación y sabemos que nos puede pasar en cualquier lado: en la noche, de día, en la calle, en el trabajo, en el bar o el boliche, adentro de nuestras casas y dentro de nuestras relaciones.

En 2020 y en plena pandemia hubo 22.076 denuncias de mujeres por situaciones de abusos sexuales y violaciones: 60 por día. El número fue un 43 por ciento mayor que en 2019. Mientras el resto de los delitos bajaron o quedaron estancados, la violencia de género no frenó y en nuestras casas corríamos igual de peligro que afuera.

El dato más duro no son los más de 22 mil abusos que llegan al sistema judicial: las estimaciones dicen que casi el 90 por ciento no llega a denunciar. En el caso de las niñas, niños y adolescentes lo hacen apenas 100 cada 1.000. Y sólo el 1 por ciento llega a una condena.

Vivimos el abuso sexual en nuestro mundo más privado, lo callamos y lo sanamos solas o entre amigues y familiares. Y lo hacemos como podemos, con las herramientas que encontramos afuera de un sistema judicial que no está preparado para repararnos y de un sistema mediático que está listo para exponernos.

A las pocas horas de la noticia dejamos de decir manada y empezamos a compartir las caras de los violadores. Les sumamos las cuentas de instagram, los DNI, la dirección de sus casas. Seis pibes de clase media, rockeros, universitarios, trabajadores. Seis pibes que pueden ser cualquier pibe: seis caras que son un millón de caras.

“La difusión de imágenes tiene que ver con la discusión de qué hacemos con los responsables de estos hechos. Y ahí entran en juego los dobles estándares. Hay una idea de linchamiento en la difusión y una de silenciamiento social en la no difusión. Ninguna de las dos busca preservar el caso judicial”, dice a Cosecha Roja Luli Sánchez, abogadx lesbiana y feminista.

Y abre otra discusión: “La presión del sistema penal sólo le exige a las víctimas. Si hay un debate que no avanza es que las soluciones que venimos dando son malas, la cárcel es mala, para este delito y para casi todos. Se espectacularizan estos casos donde son pibes jóvenes y se instala la idea de que los únicos que violan son los pobres, los negros, los peronistas, cuando en realidad lo que sucede es que las otras clases sociales arreglan sus delitos sexuales por fuera del sistema judicial. Los ricos no le dan la misma solución a la violencia de género que los pobres. No judicializan,  no denuncian, no van presos”.

Como dice Angela Davis: a pesar de que se sabe que los hombres blancos ocupan una posición privilegiada de la que se aprovechan para abusar de mujeres, sus agresiones raras veces salen a la luz ante los tribunales ¿no podría el anonimato ser un privilegio del que disfrutan algunos hombres cuyo status les protege de ser procesados?

Luli Sánchez agrega: “Tenés pibes de clase social alta que violan en los cumpleaños de 15, en los pueblos, en los boliches, en el chineo. Todas las formas ancestrales de violación grupal que conocemos y no son exclusivas de Palermo quedan invisibles. Y aparece la idea de la violación como monstruos extraños, cuando la mayoría de las violaciones ocurren por conocidos, por familiares y amigos, y conmueven todos los vínculos. Nos preguntamos de dónde salen los violadores, como si fueran una anomalía social que debe ser encerrada. Este como otros casos nos demuestra que es un producto interno de nuestra comunidad. Y hay que trabajar con la comunidad”.

Justicia transformadora para prevenir

Estamos hartas de que esto sea nuestra cotidianidad. De que sufrir una violación sea un riesgo inherente a ser mujer y salir a la calle. Estamos hartas de hartarnos y que nada cambie. Cada femicidio y abuso sexual nos despiertan la bronca de no poder movernos con libertad, el miedo a sufrir violencias y la tristeza e impotencia de ver a nuestras hermanas sufrir. Ayer hicimos sentir nuestro enojo y nuestro deseo de ver a los seis pibes en la cárcel. Pero nos preguntamos: ¿qué necesita la piba que fue violentada? ¿Cómo podemos apoyarla en un proceso de sanación sin presuponer lo que quiere? Tal vez quiere que vayamos a escrachar la casa de sus violadores. Pero tal vez no. Tal vez es necesario trascender nuestro deseo de venganza para desarrollar mecanismos transformadores de la realidad. Que no se haya difundido su identidad y excarbado en su vida ya es un paso.

“Muches sobrevivientes no necesariamente quieren generar daño en respuesta al daño recibido. En lugar de eso, quieren que las personas asuman la responsabilidad de sus conductas y sus impactos, sientan arrepentimiento, ofrezcan una sincera disculpa, se ocupen de las necesidades de la persona damnificada y se comprometan personalmente con el cambio y la transformación”, dice Ann Ruso en “Encarcelar a las personas no nos ayuda a combatir la violencia sexual”, uno de los textos traducidos por el Inecip que desde Cosecha Roja publicamos para pensar la Justicia y el derecho penal desde una mirada feminista.

También se pregunta ¿qué podría lograr un activo proceso de asunción de responsabilidad por el daño que hemos causado, al que hemos contribuido y/o sido cómplices? ¿Cómo se vería una asunción de responsabilidad no basada en el castigo, la venganza y la ira reactiva, sino orientada hacia el cambio y la restauración? ¿Cómo podemos interrumpir, desplazar y transformar la opresión y la violencia sistemáticas sin reproducir las estructuras de poder que las sostienen?

Hablar de consentimiento en la ESI es un primer paso. Tenemos una ley de Educación Sexual desde 2006 de vanguardia: está pensada para todos los niveles educativos desde el jardín hasta la facultad y busca la construcción de vínculos libres de violencia, el respeto a las mujeres y las diversidades, la prevención del abuso sexual y la violencia familiar. Pero sólo un tercio de las provincias la aplica y de manera muy diversa. Cada vez que se intenta instalar la discusión de una actualización saltan los grupos antiderechos de “con mis hijos no te metas”.

NO TODOS LOS VARO… uy por ahí si 

Cómo le dijo Leonor Benedetto al Turco Naim en Podemos Hablar: “Es fácil, es demasiado grueso el trazo al hablar de las afganas. El tema está en los detalles cotidianos. Ahí es donde hay que poner el foco”.

Es más fácil ver las diferencias que las similitudes con los femicidas y los violadores, pero lo que el movimiento feminista pide a gritos es que los hombres reconozcan los parecidos, porque a las acciones machistas más extremas se llega después de un largo camino de construcción de masculinidad al que nadie escapa. Haber sido criados así no es su culpa, pero si es su responsabilidad no reproducirlo. En vez de decir “yo jamás me organicé con cinco amigos para violar a una piba” pensar “uy, cuando eramos chicos tocabamos culos en boliches todos juntos y después nos reíamos de eso”.

En un posteo en twitter Lucho Fabrri, referente en masculinidades desde una perspectiva feminista, dice: “Las violencias de género responden a un sistema social donde los varones son socializados para creer que pueden disponer de las mujeres, de sus cuerpos, hasta de sus vidas. Para alcanzar las posiciones de jerarquía que el mandato de masculinidad demanda a los varones para ser reconocidos como tales, se ponen juego prácticas que violentan a las mujeres y diversidades sexuales y también, en diversa medida, a los varones mismos”.

Explica que la masculinidad como mandato daña la salud, la libertad y la vida, y es causante de infelicidad colectiva: eso no implica condenar la masculinidad en sí ni estigmatizar a los varones.

Fabbri no hace un llamado a cortarse el mambo de manera individual sino insistir en la importancia de diseñar políticas de género efectivas. “Las respuestas a las violencias de género no pueden ser únicamente punitivas. Necesitamos desarrollar propuestas pedagógicas, culturales, deportivas, de empleo, salud y seguridad. Para erradicar una relación de violencia, hay que trabajar con todos los actores que la integran. Necesitamos promover masculinidades por la igualdad, acompañando a los varones a reparar las heridas que este mandato provoca en ellos y en las personas con las que se relacionan. Más ESI, más Ley Micaela, más políticas de género y diversidad”.

Mientras en las redes cientos, miles contamos todas las veces que estuvimos a un pelo de una violación, mientras el dolor y la bronca crecen, en la tele Azzaro da un nuevo curso de machito para principiantes. Después aclara que quiso reproducir el discurso que tendrán los abogados defensores, cuando en realidad legitima a varios chabones que en sus casas piensan en si consintió o no, en si se drogaba, en si tenía una la pollera demasiado corta. Ya te vimos Azzaro pero acá no hay lugar para eso.

No llegamos a este punto de nuestros feminismos para ir retroceder en discusiones. Pasaron siete años del primer Ni Una Menos y hacemos avanzar el debate. Instalamos un nuevo “no nos callamos más”, hablamos de cultura de la violación, mandamos a googlear a Rita Segato. Nos enojamos porque el horror no nos paraliza. El miedo no nos detiene. El enojo nos mueve pero no es lo único. Este 8 de marzo nos encontramos en las calles para seguir en ese camino de que el mundo sea como soñamos.

Fuente: Cosecharoja