Ejé Livera, una cooperativa de La Garganta Poderosa, confecciona en la Villa 31 lencería para cuerpos reales. En Córdoba, recuperan residuos urbanos. Y en Rosario, ocho mujeres trans cuidan adultos mayores. Tres historias sin patrones ni varones.
Las cooperativas nacen por casualidad, causalidad y decisión. Casualidad porque en muchos casos la conformación no parte de un proyecto previo. Causalidad, porque atrás de una cooperativa hay, de una u otra forma, una situación social, política y económica que la empuja. Decisión, porque en un momento dado hay que apostar, y aquí la apuesta es colectiva.
Por casualidad o por decisión, algunas experiencias cooperativas son impulsadas casi exclusivamente por mujeres, lesbianas, trans y travestis. La cooperativa 7 de Febrero, de Villa María, en Córdoba, es una de ellas: está integrada por 33 mujeres y un varón. Pero no siempre fue así. La planta que recupera residuos sólidos urbanos se convirtió en cooperativa el 7 de febrero de 2006 –de ahí el nombre– después de un proceso de lucha a puro corte y piquete, luego de que la empresa dejara repentinamente de pagar los salarios, una historia conocida. Y con el nacimiento de la cooperativa comenzó el éxodo de los trabajadores varones.
“Veníamos de una empresa comandada por hombres: supervisor, capataz, encargado de planta, encargado de turno, el dueño, el médico, todos varones. El 7 de febrero, la primera comisión que se forma éramos todas mujeres. Los varones fueron los primeros en irse, no soportaron que las mujeres mandaran”, cuenta Marcela Durán, presidenta de la cooperativa y una de las dos socias fundadoras que quedan de aquella conformación inicial. Aquel día, de los 52 integrantes que eran en ese momento, la votaron 37. “Yo venía de la calle con muy baja autoestima y cuando me eligieron presidenta, me sorprendió hasta a mí misma. Fue un pum para arriba con mi autoestima. Me cambió la personalidad, mi forma de pensar, de sentirme útil, de sentir que puedo. Me cambió todo, se dio un vuelco en mi vida”.
El otro factor que explica el hecho de que la cooperativa esté integrada casi en un 100% por mujeres es la desigualdad estructural en materia de género que expresa el mercado laboral: las mujeres tienen las mayores tasas de desempleo, informalidad y brecha en los ingresos. Por otro lado, la distribución desigual de las tareas de cuidado se traduce en que cuenten con menos tiempo para trabajos remunerados. “Le pusimos el pecho por el hecho de que todas éramos jefas de hogar y teníamos que llevar el sustento a la casa”, sintetiza Durán. “El hombre siempre tuvo más salida laboral. En los meses en los que no nos pagaban, cualquiera se iba a trabajar de albañil y nosotras no sabíamos cambiar un bulón, y dijimos basta. Empezamos a cambiar ruedas de tractor, a usar la amoladora, a emparchar gomas. De esa forma empezamos a decir entre nosotras: ‘Las mujeres podemos’. Y siempre son más las mujeres las que vienen a pedir trabajo. Gracias a que los varones se fueron, nosotras crecimos como personas y como profesionales. Jamás imaginé que iba a cambiar una goma, que iba a cambiar el aceite de un tractor”, cuenta la presidenta de la cooperativa, y se sincera: “No es una cuestión de que no queremos varones, es que las tareas habitualmente realizada por ellos ya las sabemos hacer, y además ya nos acostumbramos a estar entre nosotras”.
Si bien la principal actividad de la cooperativa es la clasificación y el tratamiento de residuos sólidos urbanos, también hacen limpieza y cuidado de lugares públicos. Con la pandemia tuvieron que reinventarse y explorar otros rumbos: “Ahora se dio la posibilidad para entrar al mercado de la obra pública, un rubro en el que en general las mujeres tenemos poco espacio, y estamos tratando de romper eso y demostrar que las tareas consideradas masculinas las podemos hacer nosotras”.
Lencería para todes
Gabriela, Ana María y Karen se conocieron en la Villa 31. Gabriela tomaba un curso de costura en la Casa de las Mujeres y Disidencias de La Poderosa, y Karen y Ana María estaban terminando el secundario en el Bachi Che Guevara, de la misma organización, y entre los conocimientos de unas y la máquina de coser de otra nació la Ejé Livera, una cooperativa de lencería pensada para todos los cuerpos.
“Básicamente surgió por la necesidad de tener un trabajo a partir de algo que sabíamos hacer”, explica Gabriela Domínguez, hoy a cargo de tomar los pedidos, hacer las compras y ordenar la logística. Ejé Livera se lanzó oficialmente en el Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias, para el que estuvieron produciendo con prendas con un mes y medio de antelación: “Fuimos con 50 conjuntos y volvimos con cinco”. Hasta ese momento, solo vendían por el boca a boca, a las vecinas del barrio.
Las tres decidieron abocarse a la producción de ropa interior luego de una serie de intercambios con compañeras del barrio y a partir de la experiencia propia: “Arrancamos por lencería porque las mujeres que nacieron con cuerpos reales, cuerpos grandes y gordos, no podían lucir un conjunto de encaje porque no encontraban talle. Eso fue lo que más nos motivó a hacer ropa interior de puntilla, porque es imposible encontrar un conjunto que te quede bien si tienes un talle más grande de 100”, agrega Gabriela.
“Trabajamos todos los días para confeccionar lencería para todos los cuerpos, para que deje de ser imposible conseguir ropa que nos guste si nuestros cuerpos escapan de la hegemonía”, resume la cooperativa en un posteo en su cuenta de Instagram, que ya tiene más de 4000 seguidores. Las modelos que exhiben los conjuntos de ropa interior de encaje son las que hasta ahora nunca aparecieron en ninguna publicidad: cuerpos robustos, imperfectos, morenos, disidentes. Cuerpos reales. “Las fotos que publicamos son de vecinas, hermanas de mis compañeras, está mi mamá en una foto, y la hija de otra compañera. Son mujeres reales, no un 90-60-90 con corpiños hermosos pero que solamente tienen dos talles”.
Con la pandemia, a pesar de la crisis económica, la demanda de la cooperativa de las chicas de La Poderosa creció, y por eso hoy están en proceso de incorporar una cuarta integrante. Gabriela cuenta que los primeros meses no pudieron trabajar pero después le buscaron la vuelta e hicieron una cadena de trabajo, y empezaron a hacer envíos a Capital y alrededores.
En Ejé Livera, la mirada y la construcción feministas implican que lo humano siempre esté por encima de las ganancias. “Una de mis compañeras se agarró Covid y frenamos la producción para contenerla, para que sus hijos estén bien. Estábamos más preocupadas por la compañera que por seguir produciendo. Es más cómodo trabajar así porque la otra persona te va a entender. Es todo más humano”.
Juntas y Unidas
Si hay un colectivo que sabe de discriminación, desigualdad y falta de acceso al trabajo es el colectivo trans, que este año obtuvo una victoria histórica en materia de derechos con la aprobación por decreto del cupo laboral travesti trans en el sector público nacional, pero aún reclama una ley nacional de cupo laboral y la aplicación efectiva de las normativas ya vigentes en distintas provincias.
En la búsqueda de trabajo, ocho mujeres trans de Rosario se juntaron y conformaron una cooperativa dedicada al cuidado de adultos mayores. “Somos chicas de la vieja escuela que nos conocíamos de la calle, del trabajo sexual, y nos unimos todas por la misma causa, que ya no sea la prostitución, con la idea de insertarnos y demostrar que podemos. A nosotras mismas y a la sociedad”, cuenta Mara Ojeda, una de las cooperativistas.
Las ocho integrantes son mayores de 35 años, la edad de referencia que se toma como promedio de vida para las personas trans y travestis. “La idea siempre fue formar una cooperativa para buscar una salida laboral para todas, porque ya nos cuesta conseguir laburo, vivienda, siempre fuimos muy estigmatizadas. Ahora tenemos idea de capacitar a más chicas como nosotras, que sabemos que les cuesta mucho insertarse. Y capacitarnos en más cosas”.
Mara explica que eligieron conformarse como cooperativa porque les pareció el mejor formato, “el mejor modo de cooperar entre nosotras para obtener algo, como siempre lo hicimos para salir adelante”, sintetiza. “Ahora la gente vive más, y el cuidado de adultos mayores está al pie del cañón”. Primero hicieron el curso de cooperativismo; enseguida, otro de auxiliar de adultes mayores y otro de RSP. “Una vez que obtuvimos la matricula empezamos a incorporar chicas que hayan pasado por el curso”. Mara asegura que tienen todo para crecer y que la cooperativa no se va a limitar solo a cuidados de adultos mayores, pero “todo a su debido tiempo”.
Fuente: TiempoAr
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