Un día antes de la asunción de Javier Milei a la presidencia, una noticia sacudió a las comunidades en lucha de los pueblos fumigados de la Argentina: la muerte de Damián Marino, investigador del Conicet y referente de los estudios sobre los agrotóxicos y sus efectos sobre los cuerpos y los ambientes. Días antes que su corazón dijera ‘basta’, el especialista había contado que le diagnosticaron un “pico de estrés”, agobiado por el contexto.
“Luego de estar hace diez días mal y un fin de semana en cama, recién vengo de la guardia del sanatorio”, contó a principios de mes, en un posteo en Facebook. El diagnóstico fue un “pico gigante de estrés”. Así lo analizaba Marino: “¿Y cómo no voy a tener un pico de estrés? Tengo equipamiento comprado a un dólar oficial que va a llegar el 12 (de diciembre) y no voy a poder retirar de la Aduana por la devaluación que hará Milei. Cuando ves caer los planes bianuales de proyectos a pedazos y lo peor y más conmovedor de todo, cuando becarios y pasantes brillantes con los que uno trabaja vienen a preguntarte si sus becas continúan o cómo sigue su futuro”.
Marino tenía 46 años. Hombres y mujeres de los pueblos fumigados lamentaron su partida: fue uno de los pocos científicos que los acompañó en su lucha para intentar frenar o alejar las aplicaciones con agroquímicos que los enferman. También lo despidieron desde diversos ámbitos científicos y sanitarios. Fue uno de los aspectos en los que más se destacó: investigar desde la academia pero también salirse de la academia para aportar pruebas allí donde había reclamos por políticas públicas ambientales más justas.
El punto de inflexión
En una entrevista con Tiempo a fines de 2019, Marino contó cuál fue el punto de partida de su camino acompañando las luchas de los pueblos fumigados: “Yo ya estaba a cargo del equipamiento de alta complejidad –recuerda– y un día una chica me tocó el timbre del laboratorio. En una mano tenía un bebé y en la otra una botellita de plástico. Me contó que vivía en un barrio de las afueras de La Plata donde había una cancha de fútbol, y que la querían fumigar para cultivar soja».
«Me siguió contando que las mamás habían salido a pelear porque en esa cancha jugaban sus hijos –continuó–, y que una aprovechó para sacarle una muestra del pico de una de las máquinas fumigadoras. Queremos saber qué es, me dijo. Yo, con toda la ortodoxia a cuestas, le expliqué que tenía que mandar un correo al instituto pidiendo el análisis, que después nosotros se lo íbamos a cotizar, y mientras le estoy diciendo todo esto me vi reflejado en sus ojos y me sentí un reverendo estúpido. La mirada de ella fue un espejo y ese fue mi clic. Le agarré la botella y le pedí que me esperara diez minutos en el bufet. Cuando se la devolví, le dije que tenía una mezcla espantosa de glifosato y clorimuron. Entonces me preguntó qué tenía que hacer. Le anoté en un papel mi nombre, mi correo, lo que tenía la muestra y la dirección del Defensor del Pueblo, para que fuera a hacer la denuncia. Ese papel escrito con lápiz se transformó en una ordenanza municipal, que reguló las fumigaciones en su barrio”.
Licenciado en Química; doctor en Ciencias Exactas; investigador adjunto del Conicet; profesor, categoría asociado, de la Universidad Nacional de La Plata; y coordinador del área de Ambiente de la licenciatura en Química y Tecnología Ambiental y de la comisión ad hoc de la Red de Seguridad Alimentaria, fueron algunos de los logros del investigador. Pero quizás los máximos no tuvieron que ver con títulos y cargos sino con la influencia de sus investigaciones: Marino fue citado en prácticamente todas las demandas judiciales contra productores o aplicadores de agrotóxicos y dio múltiples charlas en concejos deliberantes, legislaturas y hasta en el Senado de la Nación.
“Se habla de que soy un referente, pero creo que la única cosa que yo hago es cruzar el umbral de la universidad. Hay tantísimos investigadores que hasta tienen mejores resultados que los míos, pero están en la comodidad de cumplir con los pasos a los que te obliga el sistema: investigar, escribir el trabajo, publicar y así seguir avanzando. Lo único que me diferencia del resto es esta decisión política de recorrer las calles, de poner en jaque a la ciencia dura y plantear para qué y para quién hacemos lo que hacemos”, decía a este medio hace casi un lustro.
A futuro
Cuando el gobierno de Mauricio Macri se acercaba a su fin, Marino tenía alguna esperanza de que las cosas cambiaran. Celebraba el crecimiento de la organización socioambiental y la recolección de evidencias sobre los efectos nocivos del modelo para las personas, como paso previo a que algo cambiara.
“Soy muy optimista, no porque crea que este modelo vaya a cambiar, sino porque los movimientos sociales están organizados. Creo que estas demandas se van a activar mucho, porque el gobierno que termina nunca habilitó una vía de comunicación, es más, como gobierno empresarial que era, su única prioridad siempre fueron las empresas. Tengo la esperanza de que el nuevo gobierno recupere la ciencia y la tecnología, ayude a la agricultura familiar, y habilite algún tipo de discusión para empujar la transformación”, decía a poco del inicio de la gestión de Alberto Fernández.
Desde entonces siguió trabajando en la investigación y la obtención de prueba sobre el daño de los agrotóxicos a las comunidades. A principios de 2022, decía: “Las comunidades siempre estuvieron alertas y organizadas. Lo que noto y festejo es el hartazgo de esperar que el Estado accione. Eso cambió. Hasta acá, venían con expectativa de que el Estado haga la medición, presentar el petitorio, la nota. A eso decidieron ponerle fin (…) La gran deuda y por lo que debería primar el principio precautorio es sobre la mezcla por bajas dosis en largos períodos de exposición. Del Estado argentino, no hay nada en ese sentido”, cuestionaba. Y planteaba: “Hay que pensar políticas de Estado que partan discutiendo el volumen de uso de plaguicidas, el manejo del suelo y cambiar el Código Alimentario en lo referente al agua de consumo y luego rediseñar las tecnologías de provisión de agua. Lo demás, es parche”.
Su partida se dio horas antes del inicio de un gobierno que rebajó a subsecretaría la cartera de Ambiente, encabezado por un presidente que negó el cambio climático y que pretende eliminar el Estado de todo ámbito posible.
“De tu ciencia, de tu cabeza dura y de tu compromiso supimos que hasta las toallitas femeninas, los tampones y algodones tenían tóxicos. Viniste a compartir esa investigación terrible por los datos que arrojaba a los ateneos del Hospital Garrahan, pero aunque fuera terrible y debería haber sido un escándalo, a nadie se le movió un pelo. Y viniste no solo una vez al hospital, a donde te invitamos con la Junta Interna de ATE, sino varias veces a poner el cuerpo, y a ‘bancar la parada’ como decimos en el barrio, a apoyar otras charlas porque sabías que con tu sola presencia nos sentíamos más acompañados”, escribió en su despedida a Marino su amiga Meche Méndez, licenciada de Enfermería en el Hospital Garrahan, donde desde hace años informa y denuncia las consecuencias del modelo agropecuario en la salud. La carta abierta la publicó la agencia Tierra Viva. Y deseó: “Que en tu nombre sigamos luchando por un mundo más justo, donde prime la salud y la vida como vos militaste, no sólo desde la academia, sino desde y junto a las comunidades afectadas”.