la logística del cuidado

“No podemos dejar este mundo para nuestros hijos”, le dijo Josefina a su amiga Luchi la última vez que la vio. Le contó que habían desaparecido compañerxs y que le habían aconsejado alejarse de su domicilio, al menos por tres días, por eso fue a refugiarse en La Plata, en la casa de Luchi. Cinco meses atrás Josefina había logrado llevar a cabo con éxito una hazaña cuyo principal objetivo fue proteger de la violencia militar a lxs niñxs que asistían a la guardería del Hospital Posadas donde trabajaba.

Durante la década del 70 la guardería del Posadas creció a la par del nosocomio. A medida que se habilitaron nuevas camas, se incorporaron más profesionales de la salud y muchxs tenían hijxs que necesitaban de ese espacio de cuidado. Atenta a las necesidades de las trabajadoras que eran madres, Josefina recorría los pabellones del hospital buscando sus inquietudes. En la guardería recibía a bebés sin detenerse demasiado en el papeleo, dueña de una gran empatía sabía que esas madres necesitaban que sus hijxs estuvieran cerca de su red de cuidado, algunxs tenían apenas tres meses. “Josefina hizo todo lo posible para que nuestros chicos pudieran estar en la guardería, en cambio, mi jefa no hizo nada, incluso cuando yo misma se lo había pedido”, cuenta Mercedes Brusa, trabajadora del hospital, que en ese momento se desempeñaba como jefa del servicio de tocoginecología, militaba en la Juventud Peronista y era delegada de ATE. Recuerda haber conversado con Josefina en dos oportunidades sobre el fortalecimiento de la guardería y lo que pasaba en los barrios cercanos que tenían un vínculo estrecho con el hospital.

 

 

la avanzada

Hoy en la guardería hay una placa de bronce con un nombre: Josefina Teresa Pedemonte de Ruiz Vargas. Tenía 45 años cuando el 10 de agosto de 1976 fue secuestrada en un operativo ilegal en su casa en Castelar, hoy continúa desaparecida. Era delegada gremial de ATE y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP).

Cuatro días después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, el Ejército intervino el hospital, porque tenía información de vínculos con la guerrilla y el lugar estaba en la mira por una toma por parte de los trabajadores ocurrida tres años atrás. Además, sospechaban que allí se había brindado auxilio a militantes heridxs por las fuerzas. Luego de la intervención, dentro del hospital funcionó un centro clandestino de detención denominado El Chalet.

“El doctor Juan Manuel Nava fue uno de los testigos directos del despliegue del ejército el día de la ocupación: estaba de médico de guardia cuando vio por la ventana que avanzaban desde el parque hacia el ingreso del hospital soldados armados y camiones militares. Otros trabajadores que estaban allí le dijeron haber visto helicópteros también. Minutos después de la ocupación, él y el administrativo Jacobo Chester vieron entrar a los asaltantes. Con ropa de fajina y armas en la cintura, se presentó como oficial a cargo el General Bignone”, cuenta la periodista Luciana Bertoia en su investigación La dictadura en el Hospital Alejandro Posadas.

La guardería está en un edificio distinto al de los pabellones que conforman el hospital, para llegar allí hay que atravesar una parte del parque que posee el gigante de la salud de El Palomar, ubicado en el oeste del conurbano bonaerense. “Tu amor y tu compromiso son nuestra guía”, dice una segunda placa. El Posadas es un hospital con una trayectoria de servicio a la salud pública y con un compromiso social que define a sus trabajadores. Allí se atienden personas de todo el país y ya en 1972 contaba con mil camas.

 

 

panóptico posadas

María Castro trabajaba en el turno mañana de la guardería y recuerda que, cuando Héctor Cámpora estaba por asumir la presidencia, la asistente social del hospital le dijo: “Va a venir una chica con la que hay que tener cuidado porque es comunista”. María se alegró y pensó: “Por fin voy a tener a alguien que quiera hablar”. Era Josefina, quien se convertiría en su compañera de trabajo y también de militancia. Mientras lxs niñxs dormían, María y Josefina tomaban mate, leían los diarios y la revista crisis de ese momento.

Josefina y María fueron juntas al Frente Antiimperialista hacia el Socialismo (FAS) que estaba ubicado en Medrano y Corrientes. A veces habla de su compañera en presente: “Hasta que no me digan que está muerta, continúa desaparecida”. En el FAS militaron un tiempo corto, allí conocieron al Tata Islas, que luego fue sargento del ERP, a quien le pidieron que las sumara al partido. “No sé qué función cumplía Josefina, eso no se preguntaba, yo estaba en la escuadra de comando”, dice.

 

“No sé bien qué función cumplía mamá en el partido, lo que sí me acuerdo es de que hubo dos bebés en casa y que a una de ellas su papá la vino a buscar”.

 

Hoy María tiene la columna destruida debido a la cantidad de veces que se agachaba a levantar bebés de las cunas y sufre dolores crónicos. Por ese entonces, a la guardería concurrían alrededor de treinta niñxs, había otras trabajadoras como Elvira y Graciela, que simpatizaban con algunas ideas y acciones del ERP, pero las únicas militantes orgánicas en ese sector del hospital eran Josefina y María.

A partir de la intervención militar, cada rincón del Posadas era vigilado por las fuerzas, incluso dentro de la guardería debía haber un soldado armado. Josefina y María Castro sabían que eso asustaría a lxs niñxs, incluso algunxs habían visto cómo detenían a sus madres y padres. Le pidieron al soldado que se quedara afuera y este le contó a su superior. Cuando quedó el soldado solo dentro de la guardería, Josefina y María lo encararon: “¡Vos sos un boludo! ¿Para qué le fuiste a contar al oficial? Lo podíamos haber arreglado entre nosotros. Vamos a tapar el fusil con una toalla, no le decís nada al oficial y te damos el desayuno, la comida y la merienda. Ahí arreglamos”, cuenta María, y aclara que hasta ese momento nadie sospechaba de ellas y que “llevar a los chicos a sus familias fue una decisión que tomamos entre Josefina, Graciela y yo”.

 

 

guardería vs. guardias

En el ingreso del hospital había oficiales con listas en mano que detenían a lxs trabajadores a medida que llegaban, algunxs con sus hijxs. Lxs detenidxs quedaban unas horas en el Posadas y luego eran trasladadxs en camiones de asalto que estaban apostados afuera. Josefina a la cabeza, junto a María, organizó un plan para proteger a lxs niñxs. Hicieron rondines por todo el hospital para localizar a lxs chicxs de madres y padres que eran detenidos. Lxs refugiaron en la guardería y lxs cuidaron hasta que lograron dar con sus familias, incluso Josefina escondió a dos en su casa.

Josefina tenía un changuito para hacer las compras con una especie de sobre en la parte de abajo. Fabia, su hija menor, recuerda que su papá le dijo que allí su madre guardaba los planos del intento de copamiento del ERP al batallón del Batallón Depósito de Arsenales 601 de Monte Chingolo. “No sé bien qué función cumplía mamá en el partido, lo que sí me acuerdo es de que hubo dos bebés en casa y que a una de ellas su papá la vino a buscar”, cuenta. Una tarde, cuando volvía del colegio en colectivo junto a su hermano, Fabia, que por ese entonces tenía nueve años, escuchó a un señor que preguntaba por la calle La Tribuna: “Le dije que nosotros bajábamos ahí y resultó ser el papá de la nena que estaba en mi casa”. Tiempo después Fabia supo que la madre de esa niña murió durante el enfrentamiento en Monte Chingolo.

La otra bebé que refugió Josefina en su casa fue la hija de Brusa, Solana. El día que la detuvieron Brusa entró al hospital con su hijo Ernesto en brazos y a su hija la llevó una vecina. Ambxs niñxs asistían a la guardería pero a Solana le faltaba una autorización, por eso su mamá ese día decidió no entrar al hospital con ella. Brusa recuerda haber entregado a Ernesto a una persona que podría ser de maestranza, que luego lo dejaría en la guardería.

“Había más niños en la misma situación que Solana, las mamás los llevaban aun cuando no estaban los últimos trámites legales. A Josefina eso no le importaba, ella los recibía igual porque sabía la importancia que tenía la guardería para las trabajadoras”, asegura Brusa y agrega: “Lo que Josefina hacía era un trabajo social y militante, que fue darnos la posibilidad de tener una vida mejor”. Brusa fue detenida y trasladada al día siguiente a la cárcel de Devoto. Los militares allanaron su casa porque creían que allí habría mapas de túneles que conectaban el hospital con un espacio del ERP. Nunca encontraron nada.

Con el paso de los años, Solana pudo reconstruir parte de su historia y supo que fue Josefina quien la sacó de la guardería y la cuidó en su casa hasta que sus abuelxs, que vivían en Córdoba, viajaron a Buenos Aires a buscarlos a ella y a su hermano Ernesto. “Me sacaron de manera clandestina del hospital porque nadie se tenía que dar cuenta de que yo era la hija de una presa que se acababan de llevar. Josefina armó esa logística del cuidado de los chicos. Elaboró y llevó a cabo un plan de salvataje con el hospital tomado, con los civiles colaborando y siendo ella integrante del ERP”, explica Solana, a partir de la información que consiguió.

María sostiene que hasta ese momento a los milicos no les interesaban esxs niñxs y tampoco tenían interés en llevárselxs: “Pero cuando la violencia del Ejército aumentó y creían que no tenía que quedar ningún chico porque decían que eran hijos de subversivos, la situación cambió”.

 

 

rastros perdidos

El 12 de agosto de 1976 María había acordado una cita con Josefina. “Eran las 14:30, como no llegaba subí a ver qué pasaba y el jefe de personal me dijo: ‘De ella no sabemos nada, lo que sí sabemos es que hace dos días que no viene’”. Ese mismo día María se arriesgó y fue hasta la casa de Josefina, “estuve mal, no tenía que haber ido, de todas formas no había nadie”, recuerda.

María no tenía dinero para exiliarse y tuvo que vivir en la clandestinidad, nunca la detuvieron pero sufrió el insilio, así lo llama ella y un grupo de mujeres que militaron en los setenta que no fueron ni secuestradas, ni exiliadas. Durante los años que duró la dictadura vivieron con el dolor de saber que estaban secuestrando a sus compañerxs y el miedo de ser las próximas. “En junio del 76 mi responsable político me dijo que me tenía que ir de la guardería, a los pocos días me enteré de que los milicos habían ido a buscarme ahí”. María hoy puede contar su historia y reconstruir la memoria de su compañera, es una de las pocas voces que quedan.

 

Poco se sabe sobre Pedemonte, quedan escasos rastros de ella, la mayoría de las personas que la conocieron ya murieron, y quienes aún viven eran muy jóvenes para reconstruir su historia completa.

 

La tarde del 10 de agosto dos oficiales armados, vestidos de civil, tocaron el timbre de la casa donde Josefina vivía con su marido, sus dos hijas, Fabia y Daniela, y su hijo Pablo. Josefina estaba cocinando, Fabia todavía recuerda el miedo que sintió cuando supo que eran policías: “Sabía que era algo muy malo, mi mamá los hizo pasar, no había otra cosa que hacer”, cuenta. Su papá no estaba, llegaba del trabajo a las 21.

Un vecino que vivía en la casa de adelante en el mismo terreno escuchó voces, salió a ver qué sucedía, se ofreció a acompañar a Josefina a la comisaría de Castelar a donde los oficiales dijeron que la llevarían. “Usted se queda con los chicos”, le respondieron. “Después de tantos años que pasaron, hace unos meses mi hermano me contó que en ese momento los milicos dijeron: ‘Si no, lo llevamos al nene’”, dice Fabia, quien hace un tiempo comenzó a reconstruir la historia de su madre. “Mi papá la buscó incansablemente, recorrió todos los lugares donde le decían que podía estar, presentó recursos de amparo y durante 10 años realizó presentaciones de habeas corpus”. Falleció sin saber qué pasó con su esposa.

“Ella era una mamá muy presente, por la mañana trabajaba en el hospital y sus tareas de militancia las hacía antes de que llegáramos del colegio, íbamos al turno tarde”, cuenta Fabia, y Daniela, agrega: “De hecho papá y mamá se organizaban muy bien, no era de esas familias donde la mujer se hace cargo de todo, se repartían las tareas”.

“Cariñosa, simple y dulce”: así describe Fabia a su madre, una mujer que cocinaba rico, le gustaban los libros, leía mucho y tenía un gran amor por las niñeces. Daniela recuerda las mañanas de invierno camino a la guardería con su mamá: “Me ponía un poncho y me cantaba ‘Trotecito el Burrito Cachamay’”, Josefina era también esa mujer que antes de que saliera el sol llegaba al hospital con su hija a cuestas.

Poco se sabe sobre Pedemonte, quedan escasos rastros de ella, la mayoría de las personas que la conocieron ya murieron y quienes aún viven eran muy jóvenes para reconstruir su historia completa. No hay ni un testigo que la haya visto en algún centro clandestino de detención, así lo confirmaron su esposo primero y luego sus hijas, que continuaron con la búsqueda.

Josefina ideó un salvataje de urgencia. Sabía que lxs hijxs de lxs detenidxs estaban en peligro y por eso lxs protegió, arriesgándose. Su acción fue previa a la implementación de una de las políticas más atroces de la Junta Militar, la apropiación de bebés, y muestra que existían acciones de resistencia y de cuidado específicas dentro de la militancia. Dar a conocer su historia contribuye a la construcción de la verdad y la memoria colectiva, mientras el país es conducido por funcionarixs que vuelven a poner en práctica el negacionismo, visitan y reivindican a genocidas condenados, y se atreven a debilitar un organismo tan importante como la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDi).