La peor vacuna es la que no se aplica

Se acerca el fin de año pandémico y el vacunómetro explota. Gobiernos, farmacéuticas, científicxs, trabajadores de la salud y empresarios están en vilo, incluso nosotroxs, que jamás nos detuvimos a pensar cómo se desarrollaron las fórmulas de las que llevamos en nuestros cuerpos. Nadia Luna actualiza el estado de los principales proyectos y traza el mapa de la nueva tensión geopolítica. Qué tiene que ver esta vacuna con la viruela y con la llegada a la Luna.

—Esto no es un paso hacia el comunismo.

La aclaración la hizo el jefe de Gabinete bonaerense Carlos Bianco el pasado 3 de noviembre, durante el informe semanal sobre la situación epidemiológica de la provincia. El día anterior, una noticia había acaparado los titulares de los medios argentinos: el presidente Alberto Fernández anunció la compra de 25 millones de dosis de la vacuna Sputnik V. O como le dicen todos, la vacuna rusa.

Las redes estallaron en prejuicios y fake news. Que te inyecta ideología. Que te inocula el virus del comunismo. Que #YoNoMeVacuno. Y aunque el muro de Berlín se cayó hace 31 años, hubo que salir a aclarar.

—No es que le estamos comprando la vacuna a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es la Federación Rusa. Un país capitalista.

Se acerca el fin de este año pandémico y el vacunómetro está que explota. Es un minuto a minuto que tiene en vilo a Estados, farmacéuticas, científicxs, trabajadorxs de la salud, empresarixs y hasta a esa parte de la sociedad que jamás se detuvo a pensar cómo se fabricaron las vacunas que lleva en su cuerpo.

 

La semana pasada el protagonismo se lo ganó el anuncio del gobierno argentino sobre la compra de la Sputnik V. Esta semana, los ojos estuvieron puestos en los primeros resultados preliminares que se conocen de los desarrollos en fase 3. El lunes Pfizer (Estados Unidos) y BioNTech (Alemania) anunciaron que su vacuna tiene más de un 90% de eficacia. Se trata de una buena noticia pero hay que tomarla con la precaución de que es un análisis parcial. Luego de identificar cierta cantidad de voluntarios infectados con coronavirus (94), Pfizer hizo un corte para ver cómo iba la cosa y observó que, de los infectados, solo el 10% correspondía al grupo que recibió la vacuna.

 

Dos días después llegó el contraataque ruso. El Centro Gamaleya (que lleva adelante el desarrollo) y el Fondo de Inversiones Directas de Rusia (FIDR) anunciaron que la Sputnik V obtuvo un 92% de eficacia y no registró “efectos adversos inesperados”. En este caso, el cálculo se basa en 20 casos confirmados de COVID-19. ¿Cuál será la próxima vacuna en liberar su boca de urna?

 

“Es una situación inédita en la historia de la humanidad”, dice el virólogo Mario Lozano, investigador del CONICET y exrector de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). “Inédita en muchos aspectos. Uno: el foco del sistema científico y tecnológico mundial está puesto en un solo problema. Otro aspecto que no tiene parangón es la cantidad de proyectos de vacuna. Nunca hubo diez en fase 3 de forma simultánea, y si contamos los que están en otros estados de avance, tenemos más de 200.”

 

En cuanto al interés social en el tema, Lozano considera que también es inédito pero quizás puede trazarse una comparación con la gran campaña de vacunación que orquestó la Organización Mundial de la Salud (OMS) para erradicar la viruela, única enfermedad humana que

fue eliminada del planeta (1980). “Fue un éxito tremendo de la salud pública mundial”, subraya el investigador.

 

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“Al poner un pie en el aeropuerto, te das cuenta de que has aterrizado en otro planeta”, dice un tuitero español que vive en Shangai, en un hilo que se viralizó esta semana. Allí cuenta algunos detalles de las estrictas medidas sanitarias desplegadas por el gobierno chino para quienes arriban al país, que incluyen a todo el personal vestido de astronauta y la asignación de un código QR para informar la temperatura dos veces por día. Fuera de esos protocolos, la vida en China parece haber vuelto a la vieja normalidad. Al 11 de noviembre, el Ministerio de Salud informó 17 casos de coronavirus, 16 de los cuales son importados.

 

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Pese a tener el problema bajo control, China parece estar muy interesada en ganar la carrera por la vacuna. Desarrolla 4 de las 10 que hoy están en fase 3: dos son de la farmacéutica estatal Sinopharm (Beijing y Wuhan), una de CanSino Biologics y una de Sinovac. Además, a través de Fosun Pharma participa en una quinta vacuna, la de Pfizer y BioNTech. El mapa se completa con otras tres de Estados Unidos (Moderna, Johnson & Johnson, y Novavax), la de Reino Unido (AstraZeneca + Universidad de Oxford) y la rusa.

 

“En las vacunas hay dos carreras. Por un lado, está la pelea comercial entre empresas para ser la primera en llegar porque esa vacuna va a ser la que todos los países querrán comprar. Es lo que estamos viendo con la guerra de comunicados donde las empresas dicen ‘miren, nuestra vacuna es mejor’”, explica Ernesto Resnik, biólogo molecular argentino que reside en Estados Unidos. “Por otro lado, está la competencia geopolítica entre las naciones. El país que consiga la vacuna y logre dársela a otros países gana un ascendiente político notable sobre éstos”.

 

Aparte del posicionamiento internacional, las naciones también se juegan fichas dentro de sus fronteras. En Estados Unidos el desarrollo de la vacuna coincidió con las elecciones presidenciales. Este lunes, el mandatario saliente Donald Trump, quien había usado la promesa de una vacuna como caballito de batalla electoral, se despachó contra Pfizer desde su cuenta de twitter por no haber anunciado antes los resultados.

 

Por otra parte, esta carrera científica parece ser una arista más de la guerra comercial que disputan desde hace años China y Estados Unidos. Pero en esa pelea por el podio, Rusia, rival histórico del país norteamericano, se fue acercando silbando -no tan- bajito.

 

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El primer satélite (Sputnik 1, 1957), el primer ser vivo en el espacio (la perra Laika, 1957), el primer hombre en el espacio (Yuri Gagarin, 1961) y la primera mujer en el espacio (Valentina Tereshkova, 1963). Son varios los porotos que se anotó la Unión Soviética en la carrera espacial que jugó contra Estados Unidos durante la Guerra Fría.

 

Como en un déjà vu de esa contienda, el 11 de agosto Rusia se convirtió en el primer país en registrar una vacuna contra el coronavirus. La analogía fue explicitada por el director del FIDR, Kirill Dmitriev: “Los estadounidenses se sorprendieron cuando escucharon los pitidos del Sputnik. Es lo mismo con esta vacuna. Rusia habrá llegado primero”. Sin embargo, para ese momento el desarrollo aún no había comenzado fase 3 ni se habían publicado los resultados de las fases previas (que finalmente fueron publicados en The Lancet en septiembre), lo que generó dudas en la comunidad científica. Para disiparlas, el presidente Vladimir Putin contó que había vacunado a una de sus hijas.

 

“Con el anuncio, Rusia aspiró a sumarse una medalla más. En un contexto de reconfiguración geopolítica donde Estados Unidos viene dando algunos pasos en falso y China se consolida como potencia emergente, Rusia vuelve a pisar fuerte y Putin es un gobernante que sabe aprovechar muy bien los errores de sus enemigos”, dice Martín Baña, investigador del CONICET especialista en historia rusa y docente de la UNSAM.

 

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Más allá de la cuestión política, Baña explica que Rusia posee un sistema científico robusto con décadas de trayectoria. La Unión Soviética, además de los logros espaciales, llegó a tener 250 institutos de investigación y más de 60 mil investigadores. Además, tiene una larga tradición en el desarrollo de vacunas. El Instituto Gamaleya logró, entre otras, las vacunas contra el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) y contra el ébola. Gracias a esa tecnología se pudo avanzar más rápidamente en la Sputnik V.

 

Claudio Ingerflom, historiador especialista en Rusia y docente de la UNSAM, señala: “Podemos afirmar que la historia de la ciencia rusa es una historia gloriosa. Al mismo tiempo, hay que decir que siempre hubo una conexión estrecha entre el poder político de turno y las investigaciones científicas”.

 

Sobre el rechazo que genera la vacuna rusa, Baña considera que está relacionado a una larga tradición por parte de Occidente de ver a Rusia a través de un lente basado en el prejuicio y el esencialismo. “Rusia fue considerada históricamente como un ‘otro cultural’ –afirma–. Se la encasilló como un espejo negativo de Europa, pese a los enormes puntos de contacto que siempre existieron entre ambas.”

 

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En el mundial de las vacunas, los países van haciendo jugadas de distinto tipo. Están los que buscan goles de media cancha porque apuestan todo al desarrollo de una fórmula propia. Y están los que, conociendo sus limitaciones, prefieren dejar que el rival se acerque al arco para desplegar alguna estrategia que les abra el camino hacia el gol. Es el caso de los países que no poseen la infraestructura para desarrollar una vacuna en tiempo récord pero tratan de negociar con los grandes jugadores para acceder lo antes posible a ella.

 

En América Latina hay una docena de proyectos vacunales pero la única que está en etapa clínica hasta el momento es la Soberana 01, de Cuba. Por eso, los gobiernos concentran gran parte de sus esfuerzos en asegurarse una buena cantidad de dosis de las que más chances tienen de ser aprobadas. La estrategia que está implementando la Argentina es poner los huevos en distintas canastas. Así, acordó con Rusia la compra de 25 millones de dosis; producirá junto a México la vacuna de Oxford-AstraZeneca a través del laboratorio mAbxience; y participa de los ensayos clínicos de Pfizer, Johnson & Johnson y Sinopharm; mientras negocia la compra de algunos millones de dosis por aquí y otros millones por allá.

 

La mayoría de las vacunas apuntan a la proteína Spike (espiga), la que le da el aspecto de corona al SARS-Cov-2 y funciona como llave de entrada a las células. La bióloga molecular Belén Almejun explica algunas diferencias: “La de Sinopharm utiliza el virus entero inactivado y es de las vacunas más conocidas pero tiene el problema de que el escalado no es sencillo. La de AstraZeneca y la Sputnik se basan en la tecnología de modificar otro virus. Ambas usan adenovirus, el virus del resfrío común, que lo bueno que tienen es que saben cómo llegar a las células del tejido respiratorio. La de Pfizer, en tanto, utiliza ARN mensajero. La desventaja es que no hay otras vacunas de este tipo que hayan llegado a fase 3 y que el ARN es una molécula inestable que necesita mantenerse a -80°C, lo cual complica la logística”.

 

Almejun también forma parte de Ciencia Anti Fake News, un equipo de científicxs del CONICET que se unieron al inicio de la pandemia para combatir la epidemia de la desinformación. “Últimamente están saliendo una cantidad enorme de noticias falsas que afectan la confianza en las vacunas. El problema es que si el índice de vacunación no es alto, no vamos a poder cortar la circulación”, se lamenta la investigadora.

Y remata: “La peor vacuna es la que no se pone”.

 

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En 1998 un investigador británico publicó un artículo en el que asociaba la vacuna triple viral con el autismo. La noticia hizo que mucha gente dejara de vacunar a sus hijos. Luego se descubrió que el artículo era fraudulento y que el investigador tenía conflictos de interés. El trabajo fue retractado públicamente pero el daño ya estaba hecho: los movimientos antivacunas siguen apelando a ese trabajo como uno de sus argumentos para rechazar la vacunación.

 

Pero como una cruel ironía del destino, si algo erosionó la confianza en las vacunas, han sido ellas mismas. Después del agua potable, son la medida de salud pública que más logró disminuir la mortalidad en el mundo. Esta efectividad les juega en contra: al no “ver” las enfermedades, mucha gente deja de percibirlas como un riesgo.

 

A veces, las discusiones sobre vacunas están tan polarizadas que no hay diálogo posible. “Por muchos motivos las personas pueden rechazar el conocimiento científico pero la estupidez no es uno de ellos”, enfatiza el médico Daniel Flichtentrei. “Cuando la ciencia aborda este problema desde prejuicios y acusaciones, termina siendo más anticientífica que quienes no quieren vacunarse y es contraproducente, porque es imposible que esa persona quiera vacunarse cuando tiene enfrente a alguien que actúa como un ‘comisario de la evidencia’.”

 

Mientras el gobierno argentino comienza a planear la campaña de vacunación con las provincias, la Secretaria de Acceso a la Salud Carla Vizzoti aclaró que no se aplicará ninguna vacuna que no pase las aprobaciones requeridas y que no será obligatoria. “Nuestro camino es la información, el construir confianza y que la población adhiera”, dijo en una entrevista. Pero, ¿cómo vacunar a un mundo que desconfía?

 

Flichtentrei apunta algunas ideas para no caer en la grieta sanitaria. “Lo que hay que hacer es escuchar, ponerse en el lugar del otro y tratar de entender para qué le sirve pensar así, porque esa idea se sostiene en un sistema de creencias que forma parte de lo que la persona es. Antes de rebatir sus argumentos hay que respetarlos. Una vez que se tiene acceso a la mentalidad de la otra persona porque se siente valorada y no impugnada, recién entonces se puede apelar a la discusión. Pero no podemos olvidar que en ningún aspecto de la vida la información por sí sola alcanza. Lo que se necesita es comunicación.”

 

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Juliana Cassataro es bióloga e investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la UNSAM. Desde hace cinco meses lidera un equipo de doce investigadorxs (casi todas mujeres) que se pusieron al hombro un ambicioso objetivo: desarrollar la vacuna argentina contra COVID-19. La tecnología elegida fue la de proteínas recombinantes, una de las más seguras que existen y se usan, por ejemplo, en las vacunas de Hepatitis B y HPV (Virus del Papiloma Humano).

 

“Estamos contentxs con los resultados que obtuvimos a nivel preclínico. Ahora necesitamos mayor financiamiento para pasar a la etapa clínica y escalar las plataformas. Nosotras las podemos seguir poniendo a punto pero si no nos vinculamos con el sector productivo hay cosas que no podemos probar”, explica.

 

Para Cassataro, la pandemia dejó en claro que las y los científicos argentinos tienen las capacidades necesarias de producir tecnologías con valor agregado que permitan reducir la dependencia del exterior. Al mismo tiempo, señala que es fundamental el apoyo del Estado y confía en poder conseguir pronto el financiamiento para comenzar la fase 1.

 

“Basta con mirar las vacunas más avanzadas para ver que, si bien son desarrolladas en gran parte por empresas, tienen una financiación estatal enorme -señala la científica-. Obvio que nosotrxs no lo vamos a poder hacer tan rápido porque venimos más atrasados en muchas tecnologías pero se puede pensar como una apuesta a futuro. Si podemos hacer satélites, ¿por qué no vamos a poder hacer vacunas?”.

 

Fuente: Revisataanfibia

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