La madrugada del 8 de septimbre de 1990, María Soledad Morales, de 17 años, salía del boliche Le Feu Rouge, en Catamarca, donde, junto a su compañeros, había organizado una fiesta para recaudar fondos para el viaje de egresados.
«Esa noche mi hija se despidió, me dio un beso mientras se estaba peinando. Se fue contenta, con una alegría inmensa. Dijo ‘mami, mañana nos vemos’. Era una chiquilina de 17 años, con tantos proyectos en su vida», recuerda su madre, Ada Rizzardo, en diálogo con Filo.news.
María Soledad debía volver a su casa al otro día por la tarde, después de dormir en lo de una amiga. Nunca regresó.
Ese día comenzó una intensa búsqueda, que culminó la mañana del lunes 10, cuando una cuadrilla de trabajadores de Vialidad Nacional encontró su cadáver sobre la ruta 38. Los detalles del estado de su cuerpo son aberrantes, tenía marcas que indicaron que sus últimos minutos de vida fueron un verdadero infierno. Elías Morales, el padre de María Soledad, apenas pudo reconocer su cadáver por una cicatriz en la muñeca izquierda.
«Fue una muerte trágica, porque fue un tema de trata, porque a ella la engañaron, la reclutaron y la drogaron. Fue violada por varios chicos, y todos hijos del poder», dijo a este medio Martha Pelloni, rectora del colegio al que asistía la joven.
El crimen trascendía a la provincia, y las decenas de marchas realizadas en todo el país, la constante presión de la familia y la sociedad, que reclamaban justicia, hicieron que Ramón Saadi, gobernador de la provincia, que ya había sido intervenida por decisión del Gobierno nacional, renunciara.
“Me acuerdo muchísimo de las marchas porque fue una exigencia por parte de los alumnos, los padres y de la sociedad misma. Esa primera mañana salieron las compañeras a rezar a la catedral y los colegios las acompañaron, fue un duelo social de los estudiantes y por eso iban en silencio. Teníamos a la policía dentro del colegio queriendo conversar conmigo. Me amenazaron con que me iban a hacer responsable de lo que pasaba. Después la misma gente me iba pidiendo y exigiendo más marchas”, recurda Pelloni.
El cuerpo fue trasladado a Buenos Aires. La autopsia reveló que la muerte se debió a un paro cardíaco causado por una sobredosis de cocaína.
De acuerdo a la reconstrucción del caso, la joven fue a bailar a esa fiesta y cerca de las tres de la mañana se retiró del lugar, donde engañada por su pareja, Luis Tula, fue hasta otra discoteca, Clivus. Lo que sucedió después no está muy claro, debido a la complicidad y la impunidad del poder en aquella época. Se borraron huellas digitales, se retractaron testigos y se inventaron coartadas.
La investigación apuntó contra cuatro personas: Pablo y Diego Jalil, hijos de José Jalil, intendente local; Guillermo Luque, hijo del diputado Ángel Luque -quien fue expulsado de la Cámara Baja tras afirmar: «Tengo el suficiente poder y la estructura como para que ese cadáver, si lo hubiera matado mi hijo, no apareciera nunca más»-; y Luis Tula, novio de María Soledad.
Era una lucha contra el poder: hubo encubrimiento y amenazas para quienes querían esclarecer el femicidio. La red de encubrimiento no sólo involucraba a la Policía, sino también al poder político.
Recién el 27 de septiembre de 1998, ocho años después del crimen, Luque fue condenado a 21 años de cárcel por asesinato y violación, mientras que Tula recibió 9 años de pena por ser encontrado partícipe secundario de ese abuso sexual.
“Han pasado tres décadas y creo que la gente que estuvo en ese momento sigue manteniendo con firmeza la lucha, pero han venido generaciones nuevas que muchos no conocieron la historia de Sole. Hubo un cambio en la sociedad a partir de esto, porque en ese momento nadie se animaba a denunciar nada por miedo. Hay un antes y un después de María Soledad, hoy los juicios se concretan en poco tiempo, los violadores reciben condena y muchas veces perpetua, en cambio nosotros tuvimos que esperar la poca justicia durante ocho años en la cual tan sólo se condenó a dos, cuando nosotros sabíamos que había mucha más gente involucrada”, señala Ada.
Hoy los autores materiales de la violación y asesinato de la adolescente, Tula y Luque, cumplieron su pena y están libres viviendo en Catamarca.
“Todos los que la lastimaron, la violaron, la golpearon, tendrían que haber pagado, pero no lo hicieron”, repite.
Fuente: Filonews