Columnista invitada (*) | Analizar la magnitud de este impacto es clave para pensar las respuestas de política necesarias para abordarlo.
La pandemia ha ocupado el centro de la escena pública y mediática. Sus efectos inmediatos sobre la salud y la vida de millones de personas son motivo de preocupación permanente. Sin embargo, existe un grupo de la población que, al no ser el más afectado en términos de su salud, se ha convertido en las víctimas ocultas del coronavirus: las niñas, niños y adolescentes.
El COVID-19 no solo puede enfermarlos sino que también tiene consecuencias secundarias de corto y largo plazo sobre sus condiciones de vida. En particular, las medidas requeridas para minimizar la propagación del virus tienen consecuencias sobre la situación económica de sus hogares, en particular de aquellas familias más vulnerables.
Analizar la magnitud de este impacto es clave para pensar las respuestas de política necesarias para abordarlo. Por eso, desde UNICEF realizamos una estimación de los efectos del COVID-19 sobre la pobreza infantil en la Argentina. Previendo una caída de 5,7 puntos del PBI, se espera que los niveles de pobreza en la niñez y la adolescencia alcancen el 58,7% hacia finales de 2020. Son 7,7 millones de niñas, niños y adolescentes, de los cuales de los cuales 2,1 millones (16,3%) vivirán en una situación de pobreza extrema, esto es, en hogares cuyos ingresos no permitirán cubrir las necesidades mínimas de alimentación.
Estos promedios, como siempre, esconden profundas desigualdades. A modo de ejemplo, la incidencia de la pobreza llegaría al 94,4% en el caso de hogares con la persona referente del hogar desocupada; al 83,9% si cuenta con un trabajo informal; al 92,9%, si tiene bajo clima educativo; al 70,8% en el caso de migrantes internacionales o al 67,5% en los casos de jefatura femenina.
En particular, la situación de niñas, niños y adolescentes que viven en barrios populares enciende una alarma. En estos contextos, se combinan la precariedad de las viviendas, el hacinamiento y las dificultades para acceder a ingresos suficientes con el acceso limitado a servicios básicos como el agua potable y el saneamiento. Al finalizar el 2020, 9 de cada 10 de esos chicos y chicas vivirán en situación de pobreza. Casi la mitad de ellos, en situación de pobreza extrema o indigencia.
La preocupación por las condiciones de vida de estos niños y niñas se ve ya reflejada en el aumento sostenido de la demanda alimentaria, que supera ampliamente los esfuerzos realizados por los distintos niveles de gobierno, las organizaciones sociales y religiosas. Desde UNICEF, reconocemos y compartimos esta preocupación. Por eso, estamos apoyando a los comedores populares que coordinan CARITAS y Garganta Poderosa en todo el país para asegurar la entrega de viandas para cubrir las necesidades nutricionales de más de 20.000 niños y niñas, así como la distribución de artículos de higiene y limpieza.
Se espera que los niveles de pobreza en la niñez y la adolescencia alcancen el 58,7% hacia finales de 2020.
La pandemia genera un aumento en los niveles de pobreza infantil y conlleva el riesgo de profundizar las desigualdades previamente existentes. En este contexto, resulta clave fortalecer las políticas de transferencias de ingresos hacia la niñez y adolescencia, como la Asignación Universal por Hijo. Lograr que lleguen a todas las niñas, niños y adolescentes y que el monto sea suficiente para evitar que estas familias afronten situaciones de pobreza extrema. Esto debe ser combinado con estrategias específicas para los hogares en mayor situación de vulnerabilidad, centradas en la comunidad y en los grupos poblacionales más desprotegidos. Para que ningún niño, niña o adolescente sea dejado atrás, incluso en situaciones de emergencia.