«¿Qué querés ser cuando seas grande?»: diez artistas y nueve historias de los años de la dictadura

 

En “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, el autor refleja el modo en que «el horror de la dictadura afecta la vida cotidiana».

 

Por Ariel Avilez

Que la historieta es un medio tanto o más bueno que cualquier otro para abordar incluso los temas más sensibles, hoy no es un secreto para nadie. Pero resulta especialmente gratificante cuando una obra sin dudas relevante surge en nuestros pagos y es fruto del talento conjunto de diez artistas de primera línea: “¿Qué querés ser cuando seas grande?” es el nombre del nuevo libro de la Historieteca Editorial que se presentará este fin de semana durante la nueva edición de la “Crack Bang Boom” de Rosario (la convención de cómics más importante del país) y que comenzará a distribuirse en el resto del país la semana que viene.

Los dibujantes de esta patriada son Dante Ginevra, Lauri Fernández, Jok, Marcos Vergara, Sergio Ibáñez, Ian Debiase, José Massaroli, Fabián Mezquita y Ezequiel Rosingana; y el guionista es Marcelo Pulido, que con la vehemencia que lo caracteriza nos contó de qué va la cosa y varios pormenores acerca de la cocina de esta belleza:

 No es la primera vez que aborda el delicado tema de la más reciente dictadura cívico militar en nuestro país. Háblenos por favor acerca de su primera obra, «El Manuscrito», y cuéntenos a grandes rasgos -más allá de lo obvio- en qué se asemeja y en qué se diferencia de «¿Qué querés ser cuando seas grande?»

— Bueno, «El Manuscrito» es un homenaje a (Héctor GermánOesterheld que cuenta sus últimos días, cuando desaparece durante la dictadura. El homenaje está hecho dentro de su universo de ficción, que es el de «El Eternauta», y por lo tanto en él no lo buscaba un grupo de tareas cuando estaba en la clandestinidad, sino los Manos. Toda la historieta está centrada en este protagonista, en Oesterheld en su carácter de militante, y en el libro es homenajeado como autor y como creador de una obra importante, pero también se homenajea su compromiso, su militancia política, y el modo en que ambas cosas se relacionaban.

En cambio, en «¿Qué querés ser…?» tenemos nueve historias ambientadas en la dictadura, pero sin un protagonista fijo. Este nuevo libro trata acerca de vivencias de gente común. Lo que quería contar era cómo el horror de la dictadura afecta la vida cotidiana; y es por esto que no hay grandes protagonistas como sería en otro tipo de historias en las que se las encara desde el lado de un militante, o de un guerrillero, o de un subversivo; o la contracara, que podrían ser los represores: si bien aparecen algunos, el protagonismo de estas historias está en la gente común, y si podemos hablar de un gran protagonista que sobrevuela a lo largo de toda la obra, es la sociedad.

Las historias tienen que ver con cómo ese horror de la dictadura irrumpe en la sociedad y la afecta en su día a día. Y que si bien había una sociedad que no sabía lo que estaba pasando -eso es cierto-, había otra que no quería saberlo, y había otra que era directamente cómplice.

Y básicamente plantea una pregunta, que es ¿cómo nos pasó eso a nosotros? Porque eso es Argentina, eso somos nosotros. Cómo nos pasó y cómo es que vivimos en una sociedad que cometió un genocidio, y cómo vivimos hoy también con eso.

 ¿Qué lo movilizó a escribir esta nueva historieta?

— Es obvio, después de dos libros que van sobre esto, que es un tema que me interesa y que me preocupa. Lo que te contaba antes: me llama la atención -siempre me llamó la atención- esto de vivir en un país donde se cometió un genocidio. A veces pienso en nuestra actitud como gente que por ahí se emociona, se preocupa y se indigna mirando una película acerca de la pobreza -«Ladrón de bicicletas», ponele-, y llorás en el cine y cuando salís, en la puerta hay unos tipos durmiendo en la calle, cagándose de frío y hambre, y a vos eso no te preocupa. Bueno, este país es un poco así: a nosotros nos indigna ver una película sobre ciertos hechos, y vivimos en un país que mató a miles de personas, que las secuestró, las torturó, las violó, robó pibes y tiró gente viva al río.

Otra cosa que me empezó a motivar a pensar en esto fue el recrudecimiento del debate -mal llamado debate porque no había intercambio de ideas, sino de odios- o en las discusiones políticas previas a la última elección presidencial, en las que empecé a notar que del otro lado se repetían consignas y conceptos de la dictadura… y me llamó la atención cómo no alarmaba a nadie que esa base conceptual e ideológica estuviera presente, esa misma base que de algún modo dio sustento social a la dictadura.

Un ejemplo claro es cuando al hablar de política no se la considera una herramienta de transformación, sino algo sucio, algo malo, algo corrupto, y se tiran frases como «los que se dedican a la política son todos chorros, ventajeros que están viviendo de los demás»; básicamente el discurso es ese, y hoy cuando los pibes se meten en política y plantean cuestiones frente a algún problema, se los intenta neutralizar con frases como «están politizados», acusación que suena muy similar al «algo habrán hecho» de cuando se los llevaban. O cuando desde una red social o durante una sobremesa se aprueba y se avala la represión de cualquier tipo, sea a manifestantes, sea a piqueteros, sea a cualquiera que proteste o sea a la delincuencia surgida de la exclusión, en el contexto de un país que vivió la represión más cruda que se puede tener.

Entonces empecé a pensar en estas historias que empiezan en la niñez y que plantean una serie de interrogantes que podría resumirse así: cómo es que un niño termina siendo un asesino o siendo partícipe activo de la represión; o cómo una sociedad permite que se cometa un genocidio y convive con eso; y cómo se hace para, un tiempo después, llevar esa mochila, vivir con eso a cuestas y, a partir del discurso de mucha gente hoy, entender por qué pasó.

— ¿Cuánto tiempo le llevó concretar este libro?

— Me llevó bastante escribirlo, no por la extensión de la historieta sino por mi falta de tiempo. Y no sólo es eso, no alcanza con el tiempo, sino que cuando lográs hacértelo, necesitás tener la cabeza en sintonía con lo que querés contar: no es cuestión de separarte un par de días de tu vida y sentarte a escribir, sino que tenés que contar algo y tenés que contarlo de cierta manera. Y si tenés nueve historias, tienen que tener un tono. Pero bueno, en algún momento me planteé terminarlo así que empecé a separarme unas horas en varios días de los que disponía como para dedicarme sólo a eso, y así pude hacerlo.

Otra dificultad que tuve fue la manera en que tenía que contar estas historias. En el caso de «El Manuscrito», había una línea argumental a respetar, eso mismo te va llevando adelante. Había una estructura clásica, una historia, una persecución, una intriga, un punto de partida y un desarrollo que te llevaba a un desenlace; cuando encontrás una idea fuerte y una dirección podés ir llevando la historia; había que encontrar la manera, y en ese libro lo que traté de hacer fue emular la aventura clásica al estilo de las que contaba Oesterheld, quería que eso fuese parte del homenaje.

En cambio acá, en estas nueve historias, busqué otra cosa, acá no quería que los guiones tuvieran la estructura convencional de las historias breves, que suele ser el planteamiento de una situación, un pequeño desarrollo y una vuelta de tuerca sorprendente… Quería otra cosa. Me parecía que lo que se estaba contando no merecía ese tratamiento. Al tratarse de historias de gente común, yo quería que fueran como pinceladas de vida, un momento en la vida de esta gente, y no adornarlas con la narración. Y esto hacía que, buscando la sencillez, me planteara si eso iba a resultar interesante. Desde ya, esta búsqueda de lograr que algo tan sencillo lograra ser interesante me consumió más tiempo todavía.

 ¿Hubo algún episodio en particular que le resultó doloroso narrar?

— No sé si te diría doloroso, pero sí hay cosas que cuando las investigás y las tenés que contar pueden llegar a conmoverte: cuando las estadísticas pasan a tener nombres y caras.

Por un lado había algo general ¿no?, historias que no están ancladas a ningún caso en particular; después sí hay un par de historias que se basan en cosas que me contaron, hechos reales; y hay otras que se inspiran en varios protagonistas particulares o en hechos muy puntuales.

 ¿Qué destaca de positivo y qué de negativo en esto de trabajar con varios dibujantes en un mismo libro?

— No podría precisarte demasiado, pero a nivel tiempo sí que hay cierto orden y previsibilidad cuando trabajás con un solo dibujante. En cambio cuando trabajás con un grupo, los problemas de cada uno se diversifican y, en algún momento, puede tornarse un poco caótico porque todos están con otros trabajos, otras entregas. En cuanto a lo creativo, si querés que el trabajo tenga cierta unidad en el tono y en la manera de contar, tenés que tratar que eso quede claro con todos los dibujantes para que puedan interpretar la idea y trabajar en sintonía.

 Cuéntenos el porqué de la elección de cada uno de los dibujantes.

— Hay algunos criterios que tuve en cuenta a la hora de elegir a los dibujantes, pero primero se tenía que tratar de gente que yo apreciara, con la que me sintiera cómodo trabajando. Busqué también, en principio, algunos dibujantes que ya hubieran participado en el catálogo de Historieteca Editorial. Y después, que también tuvieran afinidad ideológica y compromiso con lo que se iba a contar.

A medida que iba teniendo nombres, por ahí iba pensando qué idea podía ser para cada uno de ellos: en algunos casos, la historia misma te sugería el nombre, por estilo o por trabajos previos. Por ejemplo, la historieta del pescador, que tiene que ver con un hecho muy puntual relacionado con el terror y con el horror que se vivió, la imaginé con el dibujo de Sergio Ibáñez mientras la escribía; de hecho, lo que hizo es mejor de lo que yo me podía figurar, por supuesto, pero yo imaginaba ese tono un poco sombrío que él le podía dar. Esa fue escrita directamente para que la dibuje Sergio.

Después hubo una con la que tuve mucha dificultad para redondearla, porque se trata de dos personajes en una habitación a los que la realidad y la violencia de la dictadura les irrumpe desde el afuera, desde el off que no se ve: lo único que se ve son ellos en una habitación; y se me ocurrió que quien la podía interpretar, quien mejor podía dibujarla, era Marcos Vergara porque ya había trabajado ese registro de personas en interiores, con diálogos; y se necesita darle mucha fluidez a esos planos que en principio, en el papel, son iguales… y lo que hizo es fantástico: la historia fluye. Ese, como los otros que interpretaron del mejor modo cada una de las ideas, fue un acierto.

(*) Redactor especializado en cómics.

En “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, el autor refleja el modo en que «el horror de la dictadura

afecta la vida cotidiana».

En “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, el autor refleja el modo en que «el horror de la dictadura afecta la vida cotidiana».

 

En “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, el autor refleja el modo en que «el horror de la dictadura afecta la vida cotidiana».